jueves, 27 de agosto de 2009

El perfil de una máquina

Tan frío como el crudo invierno de Basilea, su ciudad natal, es el temperamento del dominador del mundo del tenis. Dueño de varias docenas de títulos, se muestra tranquilo ante todo el mundo, como lo hace dentro de una cancha. Su seriedad tantas veces criticada por la prensa y su poca exposición mediática hizo, tal vez, que el relojito suizo haya tenido que luchar más de lo debido para ser considerado uno de los mejores tenistas de todos los tiempos, sino el mejor.
Roger Federer se inició como profesional en 1998, y al año siguiente ya era número 65 en el ranking de la ATP (Asociación de Tenistas Profesionales). Como una hormiga incansable y trabajadora construyó su carrera, escalando posiciones año tras año. Con la humildad suficiente para reconocer que cayó con justicia ante Rafa Nadal, en la final del Wimbledon 2008, y de esa manera perdía el número uno del mundo –posición que ocupaba desde el 2 de febrero de 2004-, entrena todos los días para volver a adueñarse de ese lugar con tanta holgura como lo hizo por 237 semanas.
Su carácter no vende, su poca exposición tampoco. Por eso se ha hablado tanto tiempo de temas tan poco trascendentes como por ejemplo: por qué no festeja cuando gana o por qué nunca se enoja, en vez de poner el ojo en su juego, el que deleita a todo el mundo, incluso hasta a una persona que no sabe ni como empuñar una raqueta. Un día su cabeza no lo soportó más y estalló. Todas estas críticas sumadas a las presiones que se le imponían torneo tras torneo para quebrar todos los records habidos y por haber, hicieron que tras perder la final del Abierto de Australia de 2009, ante su sombra negra,
Rafa Nadal, rompa en llanto delante de todas las cámaras, demostrando que era humano, por más que muchos lo dudaran.
Los números lo avalan y su juego también. La línea entre si es o no el mejor de todos los tiempos es muy fina y queda a criterio de cada uno. Lo cierto es que con cualquier jugador que se lo haya comparado estadísticamente, el suizo salió victorioso. Es el máximo ganador de Grand Slams de todos los tiempos y hasta que no nazca otra maquina tan perfecta como él –si es que algún día nace- lo seguirá siendo.